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CIRRUS da nombre al proyecto con el que los científicos quieren determinar la influencia que tienen las nubes sobre la radiación ultravioleta.
Para ello, el grupo ha instalado en el Centro Andaluz de Medio
Ambiente (CEAMA) un sistema de captación de la radiación solar, tanto
la que incide de forma directa como la proveniente de todas las
direcciones, que es recogida y monitorizada por un equipo conocido
como espectrorradiómetro. Una técnica de medición que aporta una
información en mayor profundidad de la radiación ultravioleta que la
proporcionada hasta el momento por las redes de observación del
Instituto Nacional de Meteorología.
Las medidas llevadas a cabo pueden usarse para valorar desde el
eritema solar a alteraciones en el ADN o los efectos sobre materiales
constructivos, incluyendo el patrimonio histórico-artístico.
A su vez, y ante la tipología tan variable de las nubes, los
investigadores han desarrollado una cámara de cielo que adquiere
imágenes digitales con una frecuencia de apenas cinco minutos. Estas
imágenes procesadas les permiten conocer el porcentaje de nubes que
cubre en cada instante la bóveda celeste, a la vez que complementan
los datos experimentales.
Imágen digital del cielo
Ante los resultados obtenidos, los investigadores van a poner en
marcha un trabajo de colaboración con la Universidad de Évora en
Portugal y el Consiglio Nazionalle delle Ricerche de Italia, de forma
que modificando la configuración del instrumento se registren medidas
para cuantificar el contenido total de ozono en la columna
atmosférica, así como la distribución a lo largo de la misma.
Según Lucas Alados Arboledas, responsable del equipo de científicos
granadinos que lleva a cabo el proyecto, las técnicas empleadas
permiten atribuir el efecto de cada uno de los agentes, nubosidad,
ozono o aerosoles, en la transmisión de radiación ultravioleta a
través de la atmósfera.
El ozono, contaminante y escudo protector
Si toda la radiación ultravioleta procedente del sol llegara a la
superficie de la Tierra, acabaría con la mayor parte de la vida en el
planeta. Afortunadamente, la capa de ozono situada en las capas altas
de la atmósfera absorbe la fracción más dañina de la radiación
ultravioleta. De ahí la alarma surgida cuando se asoció la disminución
de la concentración de ozono con el uso indiscriminado de gases
artificiales que contenían cloro.
Así, un día como hoy, se firmó el Tratado de Montreal, donde por
primera vez un tema medioambiental provocó una respuesta inmediata
para acabar con la producción de estos gases, como los CFC, en los
países industrializados.
Sin embargo, el ozono presente en la región donde se localiza el aire
que respiramos puede alcanzar localmente niveles peligrosos. El uso de
agroquímicos, el transporte, entre otras prácticas del hombre, emiten
contaminantes que por la acción de la luz solar reaccionan y favorecen
la formación de ozono en las capas bajas de la atmósfera. Al aumentar
su concentración se convierte en un contaminante que afecta cada vez
más a la salud.
Fuente: Andalucia 24h
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