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ene 30, 2006

Sogama y el tratamiento de residuos de Galicia


El complejo medioambiental de Cerceda acumula 270 toneladas de partículas peligrosas en un depósito de seguridad sin que exista ningún proceso tecnológico que permita su eliminación.

30/01/2006

La utópica vida después de la muerte es innata en el mundo de los residuos. La metamorfosis es el proceso, como la energía: no se destruye, tan sólo se transforma. Una superficie de 665.000 metros cuadrados en Cerceda, conforma los límites del mayor complejo medioambiental de Galicia y, por tanto, el gran instrumento autonómico para el proceso conversor de residuo en reutilizable.

El procedimiento es el siguiente: el complejo acoge diariamente la bolsa negra, que son los componentes orgánicos y no reciclables que saturan las bolsas estándares de basura familiar que expiran todos los días en los contenedores verdes genéricos, los recepciona en dos fosos de 5.000 metros cúbicos cada uno, tritura los deshechos y a través de un sistema de transformación de secado con los gases de los motores de cogeneración, alimentados con Gas Natural, se elimina un 20% de agua, y se acondiciona un 74% en CDR (Combustible Derivado de Residuos).

Se transporta hasta la termoeléctrica, se procede a su combustión para transformar el material en energía eléctrica y, finalmente, pasa a la red eléctrica nacional mediante Fenosa, que tiene el 49% de las participaciones de la Sociedade Galega do Medio Ambiente, Sogama.

Desde el punto de vista ecológico, las críticas sobre el proceso son unánimes, debido a que se fundamenta en las subvenciones públicas que recibe la energía eléctrica generada, "que no procede tanto de los residuos como del combustible fósil", explica Alberto Sánchez, vicesecretario general de Adega, quien estima que el rendimiento de la energía de los residuos se sitúa sólo entre el 1% y el 5%.

"La intención final no es convertir el residuo en energía, sino que Gas Natural continúe recibiendo las ayudas públicas y siga rentabilizando su aportación", concluye.

Sin embargo, la nueva directiva de Sogama, con José Álvarez Díaz en la presidencia, invierte las conclusiones y describe que de cada tres toneladas de residuos no reciclables valorizados energéticamente, se ahorra entre diez y catorce toneladas de petróleo.

Y en una inversión de la premisa del físico francés Sadi Carnot, después de transformar residuos en energía, los cálculos resultantes no contemplan un 10% de escombros que son incapaces de redefinirse durante el proceso de combustión. En ese porcentaje se incluyen escorias y cenizas.

El primer término se refiere a elementos no peligrosos formados por materiales inertes (cascotes, piedras, trozos de vidrio...) con posibilidad de reutilización como acondicionadores de suelos que se almacenan en un depósito dentro del complejo de Sogama para futuras aplicaciones. "Las escorias no tienen cal porque la temperatura de combustión en el lecho fluido normalmente oscila entre los 650 y los 850 grados centígrados, y la caliza es estable hasta cerca de los 900 grados. El resultado final son materiales muy inertes", explica el profesor D. Manuel Bao Iglesias, catedrático de Química Industrial en la Universidad de Santiago de Compostela. "Para estos residuos el procedimiento se puede comparar al de los antiguos estercoleros de las ciudades, donde se acumulaba la basura de la ciudad y, al no haber elementos peligrosos, cuando fermentaba con la primavera, se utilizaba como abono", concluye.

"Se acaba de terminar un proyecto de desclasificación de escorias y el objetivo es utilizarlas para construcción civil y como sub base de carretera o para el tratamiento de terrenos muy ácidos", advierte Teri Campos, responsable de comunicación de la planta de Cerceda.

Cenizas

El enigma medioambiental aparece con el análisis del segundo término: las cenizas volantes. Son unas partículas minúsculas e incapaces de reconvertirse o desaparecer durante el proceso energético y catalogadas con el sello de "peligrosas". Se desconoce la peligrosidad de su contenido, pero por el simple hecho de ser generadas en una planta de incineración de residuos, la ley indica que son una amenaza para el ozono, y por lo tanto deben de ser acondicionadas en un vertedero de seguridad.

Y ese depósito de seguridad, imitando a un cementerio de lo imposible, es un inmenso agujero situado en la parte posterior de la planta de Sogama. Ahí se acumulan grandes sacos big-bags, bolsas blancas perfectamente selladas con una capacidad para 1.000 kilos cada una, en las que descansan las partículas más revolucionarias y subversivas al procesamiento energético.

"Fundamentalmente, las cenizas almacenadas son óxido cálcico, carbonato cálcico, carbón y trazas que pudiesen arrastrarse en la fase final", concreta el catedrático Bao Iglesias. Pero lo cierto es que su naturaleza, procedente del tratamiento de gases finales, implica la posibilidad de que contengan dioxinas u otros elementos tóxicos, y de ahí la prohibición europea de que circulen de forma gratuita por el exterior y se conviertan así en un posible desafío para la atmósfera.

Proceso

Un tratamiento químico durante la última fase del proceso energético trata de minimizar el impacto, rebajar y diluir el contenido contaminante de las cenizas. Durante el tratamiento final de gases, para evitar que pululen compuestos por la atmósfera,se adiciona óxido cálcico y de carbón activado. Después de un viaje por una porción de tubería, se pasa a un filtro de telas especial y esa mezcla de cal y finos de carbón activos retiene cualquier producto orgánico que hubiera salido y que hubiese pasado por la caldera, "y ahí se concentran los posibles clorados, dioxinas o algunos componentes metálicos que pudiesen ser perniciosos para la estratosfera", explica Manuel Bao Iglesias.

El porcentaje de cenizas que se procesa diariamente es una cifra muy escasa. Fundamentalmente se trata de cal y carbón añadido que absorbe del gas las trazas de sustancias que pudiesen arrastrarse en la fase final. Esencialmente sigue siendo óxido cálcico, carbonato cálcico y carbono. Pero la Federación Ecoloxista de Galicia (FEG) insiste en la existencia de un dilema ecológico y constata que "con la Sociedade Galega se solucionó el problema de los residuos urbanos, pero se creó el problema de los residuos peligrosos", se lamenta Celestino Quintela Sabarís, coordinador general de la Federación Ecoloxista.

"Lo que hace falta hoy en día es tener una visión sistémica de los residuos. La clave ecológica que planteamos, teniendo en cuenta que no existe tecnología para eliminar las cenizas, es reducir la producción de basura en Galicia, que en los últimos años, concretamente del 1998 al 2003, aumentó un 23%, y lograr disminuir en la mitad la cifra actual de cenizas que se vierten diariamente en el depósito de Sogama". Y en esto coinciden todas las partes: el origen del tratamiento sostenible descansa en la concienciación ciudadana, y la educación ambiental de Galicia se encuentra a kilómetros de ser respetada. La generación de residuos aumenta un 3,5% deforma anual y sistemática, sin un razonamiento sostenible que justifique las cifras.

Los datos no son alarmantes, pero es una realidad inamovible que Sogama funciona 24 horas al día, trata la basura de 256 ayuntamientos gallegos o, lo que es lo mismo, de 2.200.000 habitantes de la comunidad autónoma y los cálculos elevan a 1.500 las toneladas diarias que la planta recibe durante el día. La conclusión es que de forma sistemática se almacenan 30 toneladas anuales de elementos considerados peligrosos en el cementerio de Sogama, y tras nueve años de actividad, las cifras se elevan a 270 toneladas.

"Dentro de la planta hay un departamento de I+D que investiga actualmente las posibles utilizaciones de estos materiales, la innovación tecnológica, y sobre todo, maximizar la reutilización para que el residuo sea el mínimo", subraya Teri Campos.

A pesar de una búsqueda funcional en diversos ámbitos medioambientales, como una posible reutilización mediante procesos de vitrificación, o su conversión en inertes para poder ser utilizadas en escombreras, el catedrático Bao Iglesias asume la quimera sumergido entre el escepticismo y el honor a la realidad que le ha cedido la ciencia: "Lo cierto es que en ningún caso se va a permitir su utilización", constata Bao Iglesias. El día que se complete el depósito de cenizas, la solución será sellarlo, impermeabilizar la parte superior, recubrir con una capa de tierra utilizable, darle la aplicación que se considere oportuna para ese espacio y crear otro cementerio de ceniza volátil.

El atisbo de esperanza se intuye en unas etiquetas que describen de forma detallada las características de las cenizas escondidas en cada big-bag, para que en el momento en el que se desarrolle tecnología que permita una segunda oportunidad de reciclaje, se pueda identificar de forma concreta el día, la hora y las condiciones en que fueron generadas. Sería una especie de crionización, mantener la muerte, en este caso material, en activo para una posible vida futura.

La prórroga es de 25 años, el tiempo estimado por Teri Campos hasta que el cementerio de cenizas de la planta de Cerceda se vea abocado a la clausura tras colgar el cartel de "cerrado por completo".


 Fuente: La Opinión de A Coruña

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