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abr 3, 2017

Asturias: La contaminación por partículas en Gijón, Oviedo y Avilés bajó entre un 40 y un 50% en diez años


La contaminación del aire que más preocupa es la de micropartículas de tipo PM10 -de diámetro inferior a diez micras-, compuesta de fracciones de sulfatos, nitratos, amonio, cloruro sódico, carbones y minerales. Según un estudio del Instituto de Salud Carlos III, en Oviedo fallecieron 2.963 personas entre 2000 y 2009 cuyo deceso es «atribuible» a la respiración de este contaminante.

Los niveles de polución en esa década eran muy altos, «sobre todo entre 2000 y 2004, y no tienen nada que ver con los de ahora», matizó Elena Marañón, directora general de Control Ambiental del Principado. Y tiene razón. La estación avilesina de Matadero, la peor de la región, registraba un promedio de 70 microgramos de PM10 por metro cúbico en 2004, y el pasado año se quedó en 46, valor aún alto y por encima de lo marcado por la legislación. Los vecinos de la avenida Argentina en Gijón respiraban medias de 48 microgramos hace doce años, y ahora soportan 25. En la entrada a Oviedo por la 'Y' la polución era de 63 microgramos entonces, frente a los 23 del pasado año.

Los números confirman una paradoja. Nunca se habló tanto del problema pese a que en las tres principales ciudades se respira alrededor de la mitad del PM10 que hace una década. El descenso es del 40,5% en las cuatro estaciones que más datos ofrecen de Avilés, del 42,8% en Gijón, y del 50,8% en la capital.

La evolución se explica «sobre todo por cómo ha cambiado la legislación, que mete cada vez más presión a la industria», indica Leonor Castrillón, profesora de Tecnologías del Medio Ambiente en la Universidad de Oviedo. A su juicio, el momento determinante fue «la obligación de obtener una autorización ambiental integrada a partir de 2007; hemos pasado de térmicas que no tenían ninguna medida correctora a que instalen electrofiltros, luego desulfuradoras y después desnitrificaciones».

Las factorías son más limpias «y parte de las que había han desaparecido», abunda. «Los niveles bajaron mucho a partir de 2007, con la crisis, por una disminución de la actividad, de las cementeras y del propio tráfico», agrega Paco Frutos, de Ecologistas en Acción.

Hay polución, es un problema, pero menor que cuando apenas se hablaba de ello. La hemeroteca del periódico El Comercio, reflejo de la sociedad que retrata, recoge una sola referencia a la «contaminación del aire» en el año 2000. El pasado curso fueron 86. A principios de febrero, tres de las quince intervenciones del pleno parlamentario estaban programadas para que la oposición reprochara la situación a la consejera de Medio Ambiente, Belén Fernández. «Niego rotundamente que haya un problema general de calidad del aire», replicó ella.

«Nunca se habló tanto de este tema, aunque antes tuviéramos la ría de Avilés de color chocolate, Valliniello fuera irrespirable y en las playas flotaran heces sin problema», recuerda Jacobo Blanco. El sociólogo encuentra un sustrato material en este cambio. «En los 80 teníamos a 25.000 personas trabajando en Ensidesa y 40.000 en la mina; éramos una sociedad industrial que entendía la contaminación como el precio por el progreso y el empleo», indica. «Ahora somos una sociedad de servicios que quiere aguas depuradas, pero sin la depuradora cerca de casa, metadona para los drogadictos, pero no en mi barrio», refleja.

Al ecologismo por salud

La preocupación por la salud se ha extremado. «Antes se entendía que estaba a merced del destino, ahora es lo que rige nuestras vidas; nunca hubo tanta gente corriendo, nadando, cuidando su alimentación. Al ecologismo hemos llegado de forma indirecta, a base de inquietarnos por nuestra propia salud», indica el sociólogo.

«Ha ayudado que cada vez tenemos un mayor conocimiento científico del tema», reivindica Castrillón, quien aplaude la nueva conciencia «siempre que no pretendamos tener un paraíso natural y ni un trabajo».

«Llevo veinte años hablando de contaminación y el cambio ha sido brutal; antes la situación era mucho peor, ibas a Avilés a denunciarlo y la gente te percibía a ti como el problema y la amenaza al empleo», evoca Ramos. A su juicio, la Plataforma contra la contaminación de Gijón «podría funcionar perfectamente sin ecologistas, porque los vecinos tienen muy interiorizado el problema».

Si la contaminación por PM10 es menor, ¿por qué suscita recelos oírselo decir a la consejera? «Es una cuestión de credibilidad», estima Ramos. «Estamos viviendo un momento de hartazgo con las instituciones y todo el mundo ve que, en esto, cuando era un problema más grave, las administraciones también le quitaron hierro, por eso ahora nadie les cree, incluso si lo que dicen sea verdad», analiza.

«Hay desafección y existe el convencimiento de que en materia de contaminación no se mide todo lo que debería», añade Blanco. Es algo más que una sospecha. Asturias tiene una estación de medición por cada 50.000 habitantes, el mayor despliegue tras Canarias. Las bases en cambio se limitan a analizar lo que marca una legislación «todavía deficitaria», apunta la profesora Castrillón. «Desde 2002 no se mide la materia sedimentable, de diámetro mayor al PM10. Hablamos de hierros que están muy presentes en la zona Oeste de Gijón», ilustra. «La legislación no marca ningún límite máximo desde esa fecha; las tomas que hemos analizado tienen volúmenes superiores a los que se permitían hasta 2002», abunda. «Hemos puesto un filtro para medir el PM10 y lo que es más gordo oficialmente ha dejado de existir», reprocha Ramos.

Leer noticia en fuente original: http://www.elcomercio.es/asturias/201704/03/contaminacion-microparticulas-gijon-oviedo-20170403003125-v.html



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