La "pluma" del aire pestilente avanzó hacia el norte, recorrió la ciudad de Barcelona pasando por L'Hospitalet, Sants, el Eixample y Nou Barris, y finalmente giró hacia el este por Badalona hasta difuminarse en el mar.

El estudio, encargado por el fiscal de medio ambiente de Barcelona, Antoni Pelegrí, forma parte de un análisis más completo, todavía pendiente de conclusión, que también intenta dilucidar las causas del episodio.

La Generalitat informó en un primer momento de que los malos olores habían sido probablemente el resultado de unos trabajos agrícolas que se llevaban a cabo en un finca del Parc Agrari del Llobregat. También se analizaron 200 instalaciones industriales de la zona.

Una de ellas fue la planta depuradora, que se dedica al tratamiento de las aguas residuales de la comarca del Baix Llobregat y que realizaba por aquellas fechas diversos trabajos de mantenimiento en el emisario submarino. Sin embargo, se desestimó porque el Área Metropolitana de Barcelona, de la que depende, informó de que una inspección no había revelado ninguna anomalía.

Así que finalmente la Administración catalana tiró la toalla al no localizar ningún foco de emisión. Como el mal olor desapareció, también desaparecieron las pruebas directas... Pero quedaron las llamadas de teléfono.

DISPERSIÓN DEL AIRE

Para llegar a sus conclusiones, los investigadores de la UPC, encabezados por Xavier Roca, director del Laboratorio del Centro de Medio Ambiente de la escuela de Ingeniería Industrial, en Barcelona, han empleado un modelo de dispersión del aire de diseño australiano, conocido como TAPM (The Air Pollution Model), al que se le han añadido las particularidades de la orografía del Baix Llobregat y Barcelona. Luego se ha combinado con la localización de los vecinos que llamaron al 112 -unos 90 avisos se han revelado muy útiles, concentrados a primeras horas de la tarde- y las condiciones meteorológicas, conocidas gracias a datos satelitales.

"Hemos hecho una retrotrayectoria y los resultados son realmente representativos", dice Roca, cuyo equipo acumula varias décadas de experiencia en este campo. Cuando el programa de cálculo se pone en marcha, la masa de aire procedente de la depuradora -"la pluma"- se extiende hacia el norte y alcanza puntualmente las zonas donde se recibieron las llamadas.

SIN INTERÉS DE LA ADMINISTRACIÓN

Roca considera que estudios como el suyo ponen de manifiesto al necesidad de que instalaciones de riesgo como la depuradora tengan en cuenta la dirección del viento cuando se disponen a hacer limpiezas. "Desde un punto de vista meteorológico, la situación no era nada extraordinaria -dice el investigador de la UPC-. Simplemente con haberlo hecho otro día, los malos olores habrían avanzado hacia el mar sin que nadie se quejara".

Roca también afirma que la instalación de una sencilla red de estaciones de análisis permitiría garantizar el origen de malos olores si en un futuro se volvieran a repetir. De hecho, el equipo de la UPC ha desarrollado unos equipos especiales para ello, pero las administraciones "no se han mostrado interesadas en colocarlos", lamenta.

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