Categories: Noticias Ambientales
      Date: oct 23, 2005
     Title: ''Kioto y otras fábulas ecologistas''
"El movimiento ecologista está a punto de cosechar otra sonada victoria, esta vez a nivel mundial, aunque con algunos damnificados en los puestos de honor, con España a la cabeza. ¿Les suena de algo el Protocolo de Kioto? Si no es así, pronto les va a sonar, por el enorme lastre que va a suponer para nuestra industria, que va a tener que sufragarse, me temo, como casi siempre, con el esfuerzo del contribuyente."

23/10/2005

"El Protocolo de Kioto basa su existencia en el hecho de que las emisiones de gases de efecto invernadero están produciendo un calentamiento de la Tierra que tiene unos efectos negativos que hay que contrarrestar. Para ello, una serie de países desarrollados se comprometen a emitir un menor volumen de esos gases (el más conocido es el dióxido de carbono), mientras que los menos desarrollados (incluyendo gigantes como China o India) no asumen ninguna obligación. De todos los miembros de la Unión Europea, el que va a tener que realizar un mayor sacrificio es España. Nuestro tejido industrial va a tener que incorporar tecnologías que no posee, encareciendo, en algunos casos, el proceso de producción hasta niveles insostenibles. En la negociación que se hizo en la Unión Europea, además, España es uno de los países a los que menor niveles de emisión de gases por habitante se le va a permitir, sin que nadie sepa exactamente por qué. El coste para nuestro país cuando se apliquen los criterios de Kioto puede ser de la friolera 2.400 millones de euros anuales, según un estudio realizado por el IESE.

Y lo gracioso del tema es que nadie ha demostrado que el aumento de temperaturas que está viviendo el planeta tenga que ver con los niveles de CO2, ni de ningún otro gas. La teoría científica que sustentaba esa aseveración, aparecida en 1998 de la mano del profesor Michael Mann ha sido rebatida con reiteración, por basarse en supuestos nada empíricos. Es más, reina la unanimidad a la hora de aceptar que en los últimos dos mil años ha habido cambios climáticos importantes y períodos tanto o más cálidos que el actual, como la Edad Media, en que los vikingos hicieron de Groenlandia -tierra verde- un vergel, o la misma Roma imperial, lo que explicaría el liviano atuendo que bastaba a los ciudadanos de la ciudad eterna para guarecerse de las inclemencias. Y ni en Roma, ni en la Groenlandia vikinga, había fábricas, ni coches, ni autobuses, ni aviones contaminantes. Simple proceso natural.

Estados Unidos, que defiende sus propios intereses, los de su economía y los de sus ciudadanos (como tiene que ser), ha dicho que verdes las han segado y no piensa ratificarlo. No está dispuesto a perder tejido industrial, ni a beneficiar a países competidores como China, que es la gran ganadora de este invento. Rusia tampoco parecía muy convencida con el tema; su presidente llegó a decir, incluso, con sorna, que un par de graditos más no le vendrían nada mal a su gélida geografía. Al final, una dosis respetable de concesiones, que volveremos a pagar los europeos, hicieron que firmara el tratado y que se salvara la papeleta.

De manera que esto del ecologismo, que nació como algo muy entrañable y con efectos tan positivos como la concienciación por la conservación del medio ambiente, se está convirtiendo en una auténtica rémora. En nuestro país, así, la construcción de cualquier infraestructura tiene que pasar un auténtico calvario hasta contar con los parabienes de los grupos ecologistas locales, cada uno de los cuales tiene en la preservación de una variedad de cactus determinada su razón de existir. La oposición del movimiento a la energía nuclear hace que tengamos un nivel de autoabastecimiento energético paupérrimo, con problemas permanentes en la red de suministros. Por no hablar de los campos de golf, auténtica bestia negra del ecologismo español, que prefiere el campo yermo y el desempleo a la construcción de clubs de golf, con la generación de riqueza que llevan aparejados.

Alguna vez, quizás, se nos volverá a encender una bombilla y nos daremos cuenta de que tampoco hay que exagerar y que, en ocasiones, el desarrollo económico y la libertad están por encima de estas posiciones victimistas y catastrofistas, que, además, se han demostrado en muchas ocasiones falsas. Y así, ni la capa de ozono se ha degradado hasta casi desaparecer, ni hay un accidente en una central nuclear cada semana, ni los ciudadanos de las Maldivas tienen que ir en traje de buzo porque el nivel del mar haya engullido sus casas, ni el hielo de la Antártida se está fundiendo (en realidad, se está haciendo más grueso), ni la sobreexplotación de los recursos ha acabado con las reservas de petróleo, ni ha desaparecido la selva amazónica, ni el elefante africano, ni siquiera la ballena oceánica.

Ajeno a esa realidad, el movimiento sigue ganando adeptos y se está envalentonando. Satanizado ya el golf, no se lo pierdan, se rumorea que su próximo objetivo es nada menos que la Fórmula Uno. No puede ser, dicen, que se permita un espectáculo que genera tanta contaminación sonora -por el ruido de los motores-, tanto mal olor -por las gomas de los neumáticos quemados-, tanta basura -por lo que desechan los espectadores-, tanto humo -por lo que sale de los tubos de escape- y tanta destrucción de zona verde -por los circuitos-. Para no ganarse antipatías, especialmente en Asturias, me cuentan que han elaborado una estrategia que no plantea eliminar el circo completo del campeonato del mundo, sino que se basaría en cambiar los motores actuales por unos pedales, en plan patín playero, mucho más respetuosos del ecosistema. No sé yo si esto favorecería los intereses de Fernando Alonso, que parece, además de un gran piloto, un chico en gran forma. En todo caso, y para salvar el mundial para España, siempre se puede llamar a Induráin para que vaya volviendo a entrenarse, esta vez dentro de un monoplaza."

AUTOR: Gaudencio Villas

 

  Fuente: Levante-EMV

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